Dijo el Evangelista Lucas,

“Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido»”.
El sicómoro, el árbol del publicano Zaqueo

MEDITACIÓN SOBRE LA PALABRA DE DIOS

Bienvenidos a Jericó la antigua ciudad de las palmeras. Esta ciudad que se edificó desde hace más de diez mil años y a casi 240 m por debajo del nivel del Mar Mediterráneo y aproximadamente a 27 km de Jerusalén y de la cual sus rosas eran consideradas extraordinariamente bellas (Ecl. 24:14), tiene una posición distinta en los ojos de nuestro Dios. Seguramente, no voy a hacer un discurso histórico ni geográfico sobre Jericó, pero voy a hacer una meditación personal con una comparación de la ciudad de Jericó con el hombre. Siempre continuamos con nuestro conocimiento del Padre, nuestro Dios, al cual defendió fuertemente Jesús la semana pasada, y especialmente hoy en la compañía de dos hombres de Dios: el profeta Elías y el Santo Charbel de los que festejamos este Domingo su memorial.

Las características de la ciudad de Jericó son, en una figura metafórica, las del hombre: él existía desde hacía más de diez mil años (según la Biblia); su habitación permanente era un sepulcro a casi 2,40m por debajo de la tierra; a una distancia no muy cerca de Jerusalén celestial y las obras de sus manos eran consideradas extraordinariamente bellas. Además, como Jericó fue la cuidad a la que Dios, en el Antiguo Testamento, le derribó sus muros por medio de su elegido Josué, llevando el Arca de la Alianza, también, en el Nuevo Testamento, Dios derribó los muros de la enemistad antigua del hombre (el pecado original), por medio de su Hijo Jesús, llevando su Cruz, la nueva Arca de la Alianza. Y para que esta comparación sea completa, notamos que únicamente los que se llaman “pecadores” de Jericó, como los de los hombres en general, son los que recibieron a los mensajeros de Dios: por ejemplo, la historia de Rajab la prostituta con los espías de Josué (Josué 2/1-21), y hoy, la de Zaqueo, el rico publicano.

Sabemos de la historia de San Charbel cómo, dejó la vida del mundo y subió al monte de Anaia en el Líbano para reunirse con Dios en una vida ermitaña de trabajo y de oración. Y de la vida del profeta Elías, contamos esta historia de cuando él quería ver a Dios para saber su voluntad sobre él: “El Señor le dijo: ̒̒Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor´. Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta” (1 Reyes 19).

De este pasaje del Evangelio, y de la experiencia de los dos hombres de Dios, podemos hacer una guía que nos prepara para el encuentro con Jesús que consiste en cinco pasos:
1- Tener deseo de conocer a Jesús: Dice el evangelista Lucas que “Zaqueo quería ver quién era Jesús”. Realmente este hombre muy rico era pobre de Dios, y a pesar de que su deseo no fuera maduro, era suficiente para que sea una base para el encuentro con Cristo.

2- Hacer un paso hacia arriba: Zaqueo que era de baja estatura es un buen ejemplo de que el hombre por sí mismo no podría llegar a Dios, especialmente con la presencia de muchos obstáculos en su vida. Sin embargo, nuestra fe nos enseña que Dios se encarnó y se hizo hombre para cortar la distancia; y solo falta que el hombre haga un paso hacia arriba, como un acto de voluntad, y que suba a “un sicómoro”. En realidad “el sicómoro”, que era la montaña de Horeb para el profeta Elías y la montaña de Anaia para San Charbel, es una medida muy importante para cada uno, y cada persona puede elegir la propia. Notamos que los siguientes son ejemplos de “sicómoros”: la oración, la meditación en la biblia, un compañero espiritual, la imitación de la vida de los santos, etc…, la vista de un niño montando sobre los hombros de su padre en medio de la multitud es el mejor ejemplo.

3- Distinguir el camino de Dios: lamentablemente, en el mundo hay muchas publicidades para caminos y “sicómoros” hacia arriba, y los aspirantes necesitan pedir la inspiración del Espíritu Santo para saber dónde ir. Zaqueo por su conocimiento del área supo que Jesús “iba a pasar por allí” y Elías experimentó que el Señor no estaba en el viento, ni en el terremoto o en el fuego sino en una brisa suave.

4- Aceptar la invitación de Dios sin tardar: En el libro de los Salmos dice el Espíritu Santo: “Ojalá hoy escuchen la voz del Señor, no endurezcan su corazón” (95/7), y San Lucas dice que “Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría”. Esta es una sabiduría espiritual.

5- Intercambiar el amor y algo más…: Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Este fue el resultado positivo del encuentro con Jesús: intercambio del amor por el amor, del perdón por el perdón y de la generosidad por la misma generosidad.

Según el Antiguo Testamento, las murallas de la ciudad de Jericó cayeron por la Fe, después de ser rodeadas durante siete días. Oremos por una nueva Jericó para derribar todas las murallas que hayan en nuestros países en la vida y en la familia. Feliz Santo a todos los que lleven el nombre de Charbel y Elías; y hasta la semana que viene, donde visitaremos con Jesús el Líbano.